lunes, 29 de diciembre de 2008

La lluvia amarilla

Cada año la lluvia amarilla de hojas me recuerda que otro invierno se acerca. Trato de huir de él pero sé que no podré. El sauce de la entrada su duerme hasta la llegada de otro milagro de la primavera. Mientras tanto yo seguiré esperado hacia la luz y hacia la vida en esta cárcel de luces fluorescentes y aseos minimalistas. De usura y sexo limpio. Quiero escuchar una hoja caer. Pero aquí siempre hay ruido. Y tiempo. Mucho tiempo que nunca calla. Que arrastra y humilla con su cadencia. Que te jode y te sodomiza cada año con la renovación del contrato temporal. Una firma y un año más de esclavitud capitalizada. Rentable. Amortizada. Pero este año, juro que intentaré escapar. Lo juro. Este año romperé el contrato. Seré yo la dominatriz. Les follaré y me cagaré en sus balances y en sus muertos. Este año no me pillará la lluvia amarilla en la misma mierda. No. Este año seré yo su verdugo. He pisado ya muchas veces las hojas de este sauce. No más. Este año quemaré su despacho. Ha llegado el momento. Abro la puerta y saludo al hijo de puta de recursos humanos. Firme aquí, por favor. Por supuesto

lunes, 22 de diciembre de 2008

Distintas hojas, la misma mierda

Un año. El tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol. El tiempo que llevo trabajando en la decimosexta planta. Un año de reuniones, de jefes, de becarios, de informes, de sexo sin compromiso, de falsa sensación de poder...Son las siete de la mañana y voy a la oficina para repasar la presentación por enésima vez. La recito mentalmente como una letanía. Como ayer, como hace un mes, como hace un año. El sauce de la entrada inunda el suelo de hojas caducas. Un otoño más, se va a dormir hasta la primavera. Pero yo tengo que seguir aquí otro invierno. Cruzo London Wall Street hacía la entrada de personal. Una pequeña y triste puerta de atrás. Meto mi gastada tarjeta de empleado y recorro el estrecho pasillo donde parpadean los mismos fluorescentes blancos. El ruido del ascensor me perturba pero no consigue devolverme a la realidad ¿El tiempo invertido en algo lo justifica? ¿Cuándo es demasiado tarde para mandar todo a la mierda? ¿Cuánto valen los sueños? ¿Cuánto duele conseguirlo y descubrir que te odias por ello? Miro por la ventana del despacho que comparto con otros tres analistas de sexto año. En el edificio de enfrente otro idiota fantasea por la ventana. Quizá con un salto salvador. Ha pasado un año y el sauce se ha llovido otra vez. Distintas hojas, sobre un mismo suelo, bajo un mismo cielo. Distintas gotas que riegan el mismo cieno.

martes, 16 de diciembre de 2008

De fuego y azufre



- Y si después de todo, descubrieras que hay en aquel edificio alguna sola persona decente, ¿qué harías?
- Seguiría con lo previsto.
- Y si te encontraras con un grupo de, pongamos, diez personas merecedoras de la vida.
- Lo sentiría por ellos, pero debo hacerlo.
- Imagínate que descubres que el número de justos supera con creces al de impíos.
- El odio hacia el grupo de pecadores es más poderoso que la piedad que pueda sentir por esa mayoría silente.
- Y si el responsable de esta situación fuese una sola persona y los demás fuesen inocentes.
- No te equivoques. Aquí no hay inocentes. Todos son cómplices.
Cojo mi Ford Sierra y me dirijo a la oficina. Enciendo la radio y pongo K-Billy y “El supersonido de los setenta”. En el maletero, hay cuarenta kilos de Goma 2. La guantera está llena de cables. Subo el volumen hasta que los altavoces empiezan a vibrar. Clowns to the left of me, jokers to the right, here am I stuck in the middle with you. No siento ningún tipo de flaqueza. Por fin llego al bloque de oficinas. Mi despacho está en la duodécima planta. Entro en el garaje y aparco el coche en la plaza reservada para el presidente. En la primera plante del parking. Sé que hoy vendrá en taxi. Apago el motor y la radio. Activo el dispositivo que ayer conecté a un Nokia. Salgo y cierro el coche con el mando a distancia. Sin volver la cabeza. Subo a la planta baja y entro en el baño. Me meto una raya de polvo blanco y salgo por la entrada principal. Me siento en una jardinera y recorro el edificio lentamente con la mirada. Me pongo los auriculares del iPod y escucho Iron Maiden. Me enciendo un cigarro y espero. Fear of the dark, fear of the dark, I have a phobia that someone’s always there.
Ya son las diez. Son todos los que están aunque no estén todos los que son. Marco el número de la tarjeta prepago que compré ayer. Un tono, dos tonos y… ¡a tomar por culo!

¿Dónde hay que estar?


Con perdón de cirujanos y anatomopatólogos

Todo estaba preparado. El cirujano cogió el bisturí frío e hizo una incisión siguiendo la línea alba, esquivando el ombligo. Los bordes del corte rezumaban sangre. Cogió el bisturí eléctrico, coaguló el tejido cutáneo y siguió profundizando a través del tejido adiposo, la fascia muscular y el peritoneo hasta que la laparotomía media estuvo terminada. Separó los extremos, retiró el epiplón mayor y dejó al descubierto el amasijo de asas intestinales grisáceas y brillantes que escondían el tumor. Metió la mano en las entrañas del paciente hasta perderlas de vista y, con sutileza quirúrgica, sacó todo el intestino delgado dejándolo fuera de su cavidad natural, mientras el ayudante levantaba el colon trasverso. En aquel preciso instante, se vio el objetivo de la intervención. Se dejó al descubierto el peritoneo posterior, una fina tela brillante, perlada, que dejaba entrever lo que tapaba. Sobre su superficie lisa, se intuía la tercera porción del duodeno, la cabeza del páncreas, el polo inferior del riñón izquierdo y se sentía el latido de la aorta. Todos estos órganos sobre el tapiz hialino configuraban una imagen de perfección anatómica. Sin embargo, en aquella hermosa pradera quirúrgica había algo que no encajaba. Una masa amorfa, necrótica, hemorrágica, con límites inespecíficos que se localizaba en la línea media a la altura de la cuarta vértebra lumbar. El cirujano la movilizó con sumo cuidado buscando el origen de aquella tumoración infecta. Al traccionarla hacía adelante, dejó al descubierto su cara posterior donde una pequeña pieza de tejido óseo, que simulaba un diente, protuía en la superficie pulsátil de aquella neoformación siniestra. Siguió hurgando en aquel insólito tumor y encontró un pedículo que lo unía al cuerpo y a través de cual se alimentaba. Durante la inspección ocular de aquella aberración de la naturaleza, pudo encontrar además unos pelos que brotaban a escasos centímetros del “diente” así como unas perlas de grasa amarillentas que destacaban sobre aquella superficie gangrenosa. Con “la mano de Dios”, el cirujano digestivo ligó el pedículo y eliminó las adherencias que unían a aquel parásito con el organismo benefactor y, con extrema delicadeza pero sin piedad, sacó aquello sin dejar que una sola gota de sangre cayera sobre el campo quirúrgica, eliminando así la posibilidad de diseminación peritoneal. Dejó la pieza en un frasco de formol y la mandó a analizar al laboratorio de anatomía patológica.

Cuando la pieza le llegó al patólogo, éste no se imaginaba lo que iba a encontrar. Sacó la pieza del bote y la miró con indiferencia. Era una masa sólida, de consistencia dura, de 5x6x6cm, de superficie irregular y color gris pardo. Cogió el bisturí e hizo una primera incisión de un centímetro por la cual empezó a brotar un líquido serohemático. Terminó de abrir la cápsula externa para descubrir que el interior del tumor estaba perfectamente formado. Una vez eliminados los restos de sangre, consecuencia de una malformación vascular, vio que había distintos tipos de tejido perfectamente distinguibles. Era una hamartoma, un tumor heterogéneo formados por distitos tipos de células. Había fibras musculares que aún conservaban cierta contractibilidad postmortem, una pieza de grasa igual que las que se extraen en las liposucciones, varios fragmentos óseos que recordaban pequeños huesos, un cartílago indistinguible de los utilizados como injerto en cirugía ortopédica… Todo estaba bien. Excluyendo una vascularización deficiente causante de focos de necrosis y sangrado, los tejidos no tenían nada de patológico. Simplemente, no estaban donde debían. En algún momento de la vida intrauterina, en algún proceso de migración celular, unos tejidos primigenios no fueron a parar donde debían. Células destinadas a formar piel, hueso y otras estructuras cayeron en el abdomen donde comenzaron un desarrollo condenado al fracaso desde su concepción. Porque no recibieron la señal correcta o porque no respondieron a ella. Se separaron de los demás tejidos y vagaron durante el desarrollo embrionario hasta llegar a un rincón que les aceptara. Un hueco donde intentar desarrollarse como Dios manda. Pero no se les iba a dejar. Se le iba a castigar por aquella insolencia e iban a producir un cuadro anémico que obligara a su extirpación. Simplemente, porque no estaban donde debían. 

sábado, 13 de diciembre de 2008

!Qué razón tiene, Don Julián!


A los liquidadores de Chernobyl,
Víctimas y, sobretodo, héroes.

Chernobyl, 17 de septiembre de 1986. En el tejado del cuarto reactor de la central nuclear, un grupo de soldados limpia los residuos radiactivos. Están ataviados con trajes de plástico verde con láminas de plomo engarzadas artesanalmente. Recogen con palas piezas de metal incandescente y lo arrojan al interior del reactor que será posteriormente sellado. Andan distraídos. Quizá ignoran el destino al que les han condenado los líderes de su venerada URSS. O quizá lo conocen, pero también saben que esa es la única forma de darle una oportunidad al continente. Sobre un bloque de hormigón, improvisado puente de mando, un funcionario dirige la operación. A su lado, Don Julián critica a los operarios. Con su mono azul, su gorra de John Dere y un palillo entre los dientes, no para de gritar y de escupir. ¡Cojones! ¡Que os estáis dejando la mitad! El encargado intenta no hacerle caso, pero el peón de obra jubilado se hace notar a base de golpecitos con el codo y groseros comentarios sobre la virilidad de los trabajadores. Mira y remira el trabajo. Vocifera a los albañiles y susurra al capataz. Aquellos fingen no oírle y este afirma mecánicamente. Don Julián tose sonoramente. La nube radiactiva le molesta, pero ahí sigue, al pie del cañón. Se tropieza varias veces al andar por el tejado lleno de escombros contaminados. Pero no se puede ir porque sin él, la obra no avanzaría. Después de amenazar varias veces con coger una pala y hacerlo él mismo, mira su reloj y decide marcharse. Son las dos y su señora le espera con la mesa puesta.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Mi estudiante de medicina

Patético. Si tuviera que describirle con una sola palabra, elegiría patético. Verle estudiar es todo un experimento de sociología. Un esperpento. Cuando me compró y me separó de mis compañeros de tienda, parecía una persona que se iba a comer el mundo, a mí incluido. Me escribía con autoridad, precisión y, incluso, cierto desprecio hacía mí y hacía lo que hacía. Además daba a todo lo que hacía un aire de madurez y profundidad inusitado en este tipo de persona. Me guardaba al lado de libros que leía sin entender. Pero pronto cayó esa fachada y abandonó su personaje por su persona. Neurótico, obsesivo, pringao, feo… En resumen, patético. Su escritura rápida y segura se convirtió en un subrayado minucioso y risible. Cambió su postura erguida y un andar tranquilo por un movimiento de pierna desquiciante digno de una petarda cualquiera. Lee y relee mis páginas. Abre los ojos, los cierra, repite en voz alta, repite en voz baja, se levanta, se sienta, grita y hasta llora. Ese es realmente él. Taciturno, inestable, empollón, llorica, pedante, imbécil. Y, sobretodo, patético.

Mi cuaderno de pediatría

155x215mm. 90g/m2. 80 hojas. Marca Oxford. Color verde pistacho. Así es mi cuaderno. Lo compré a principios de noviembre, aproximadamente un mes antes del examen de pediatría. Es el primero de varios tomos llenos de esquemas, cuadros, sinopsis, algoritmos diagnósticos y terapéuticos… Sus páginas, un día blancas, están repintadas con varias capas de distintos colores con un efecto esclarecedor y efectista. Sus hojas rebosan un saber limpio y ordenado. Con una mirada rápida encuentras lo que buscas porque lo que buscas está siempre ahí. Es efectivo, eficiente y eficaz. Sin embargo, no son más que letanías que rezo una y otra vez hasta la locura. Listas descontextualizadas, palabras huecas que no son sino reflejo de una docencia alienante de la que soy parte activa. Es el símbolo perfecto de lo que no me quería ser y en lo que me he convertido.
Pero mi cuaderno de pediatría nunca me falla y eso es lo que importa.

En la plaza de mi pueblo

Voy conduciendo mi utilitario por una carretera comarcal. Es estrecha y está llena de curvas y baches sin arreglar. Pero, es bonita. Campos de trigo bajo la luz crepuscular. Llanuras bélicas y páramos de asceta. Y un coche naranja que cada vez está más cerca de mi retrovisor. Es un niño con el pelo desteñido a los mandos de su Seat León tuning. En el asiento del copiloto, una Jenny rural se retoca el maquillaje con el espejo del parasol. ¡Qué pareja más bonita! No se dirigen la palabra en todo el trayecto. Les gusta disfrutar del amor en silencio. Además el disco Ibiza 08 que llevan puesto a todo volumen haría de la conversación una misión imposible. Al llegar a la curva más cerrada y con menos visibilidad, el Carlos Sainz oligofrénico decide adelantarme. Me cago en su madre, se caga en la mía y seguimos nuestros caminos tan a gusto. Es la ley de la carretera. Al poco tiempo aparece una furgoneta de una empresa de albañilería. Construcciones Joaquín e Hijos. ¡No hay nada más lindo que la familia unida! Debe ser el propio Joaquín el que conduce. Poco tarda en pegar su bigote y su palillo a mi retrovisor. Pero este hombre es un profesional y se nota. Pegarse a mi culo y empezar a gesticular es todo uno. ¡Pobrecito! El pequeño empresario va siempre tan justo de tiempo. Es que el gobierno no vela por sus intereses. También me adelanta donde solo un autentico conductor lo haría: en doble línea continua. En ese tramo con velocidad limitada a ochenta kilómetros por hora, me pasan también un camionero gordo y su faria, un agricultor en su Mercedes cortesía de la Política Agraria Común, un cortejo fúnebre y un largo etcétera de criaturas autóctonas.
Por fin llego al pueblo cuando está empezando a ocultarse el tímido sol de la primavera soriana. Paro delante de la entrada de mi casa para abrir la puerta del jardín. Apenas he puesto un pie en el suelo, cuando oigo abrirse la puerta de la casa de al lado. Es el señor Paco, nuestro vecino de toda la vida, que tiene un sexto sentido para adivinar la llegada de la gente. O simplemente se aburre mucho y está todo el día mirando a ver qué pasa. ¿Qué tal chaval?, grita sin todavía asomarse al umbral de la puerta. ¡Cuánto tiempo sin venir al pueblo!, ¿qué tal la familia?, ¿y la parienta?, ¿dónde me dijiste estabas?, mi hijo está en Alcalá, ¿vienes para pasar el puente?, mis nietos vienen mañana, esto de la crisis me está matando, ¿no te parece una vergüenza?, ¿te he contado ya ocho veces lo del tío Segurita?… Para cuando me quiero dar cuenta, he metido el equipaje en casa, he abierto las ventanas, he encendido el frigorífico, me he hecho la cama, he arreglado una gotera de las lluvias de abril y me he preparado algo cenar. Además ya se que el Rufino ha tenido un infarto, que la hija del carnicero es una golfa, que el alcalde tiene un lío en la capital y que el hijo de la Inesita es algo “rarito”. Que no lo digo yo, ¿eh? Que lo dice todo el mundo. Y ya sabes, cuando el río suena…Bueno, señor Paco, ¡a cuidarse! Y bésame a la señora. No hay como sentirse parte del pueblo.
Por fin decido aviarme y marchar a la plaza a tomarme algo. Me siento en un “velador”. Voy a pedir un gin-tonic, pero decido no llamar la atención y le pido un afilador al joven, simpático y limpio camarero. Disfruto de la quemazón que me produce el primer sorbo del orujo mientras analizo a la gente que, poco a poco, va llenando la plaza. ¡Y encima me ha puesto unas olivitas! Ahora podré contribuir a este intento de plantación de olivos y girasoles que los lugareños están haciendo en mitad del pueblo. ¡Pero qué bonita han dejado la plaza!
¡Qué estampa más familiar! Un joven matrimonio se acerca con su hijito durmiendo plácidamente en el cochecito. En el fondo, me compadezco de ellos. ¡Pobres pueblerinos que están condenados a este aire incorrupto! Suerte que deciden meterse en el bar, para que el lactante descubra lo que se pierde al no vivir en una urbe. Ruido, humo y olor a comida insana. Poco tarda el angelito en empezar a llorar. Y menos aún tarda la madre en empezar a jurar mientras agita del cochecito con desdén y disfruta de un Lucky a medias con su hijo. Pero la señora no está sola en su desgracia. A escasos metros otra sufrida madre amenaza a su hijo con una zurribanda si no se está quieto. ¡Jodido niño que quiere salir a la calle a jugar! ¡Qué se habrá pensado! En mis tiempos…
Da igual el interior del bar, lo que está pasando fuera es más interesante. ¡Un auténtico duelo! Parece que estoy en Almería. A un lado de la plaza, hay un grupo de octogenarias sentadas en un banco. Al otro, una pandilla de adolescentes cruza la calle. Ellas les miran y comentan. Ellos se sienten observados y rehúyen el contacto visual. Ellas se mueren de envidia. Ellos aceleran el paso porque llevan pastillas en el bolsillo. Al final, ellas se levantan para irse a casa y ellos se van a la discoteca del pueblo de al lado. ¡Pero qué bien que se vive en el pueblo!
¡En fin! Está empezando a refrescar. Creo que voy a recogerme. Pago lo que debo y me voy a casa. A ver si me encuentro al señor Paco y le cuento lo que he visto en la plaza.

Me acuerdo

Me acuerdo de que una noche, cuando tenía menos de dos años, estando en una cuna en la habitación de mis padres, me puse a llorar y vi como mi madre encendía la luz de la cocina para traerme un vaso de agua que calmó mi llanto.
Me acuerdo del R18 naranja en el que Rosa me llevaba a clase algunos días después de comer y de que me decía que aparcaba en la calle de al lado porque su padre no le dejaba pasar por la calle de mi colegio.
Me acuerdo de las cabañas que construíamos mis amigos del pueblo y yo: las típicas casas en los árboles, cuevas aprovechando huecos naturales entre las rocas… y la más surrealista de todas, un intento de cabaña subterránea sin terminar de la cual sobrevive un enorme socavón en mitad del bosque.
Me acuerdo de las mañanas de verano en la casa del pueblo, de cómo, mientras mis padres trabajaban en la capital, mis hermanos y yo disfrutábamos de aquellos momentos de libertad en aquel rincón del paraíso.
Me acuerdo de cómo se fue para siempre mi inocencia el quince de julio de mil novecientos noventa y siete a las doce y media de la noche.
Me acuerdo de cómo un verano descubrí a Lola, esa chica que siempre había estado ahí, pero que a partir de entonces se convertiría en mi amor platónico, mi novia, mi obsesión, mi amiga, mi amante, mi novia y mi amiga, pero no ya mi obsesión.
Me acuerdo de las fiestas de San Juan de Soria y las verbenas de las fiestas de los pueblos.
Me acuerdo de los botellones en el castillo en cuarto de ESO, con mis amigos y aquel grupo de chicas con el que íbamos en aquella época.
Me acuerdo de la noche del último examen de junio de mi primer año en la universidad, cuando acabamos en Las Moreras de madrugada y el sol que golpeó al volver a casa y sumiéndome en un estado de desasosiego que no me dejó dormir aquel día.
Me acuerdo de una chica muy especial que conocí hace poco más de una semana.

martes, 9 de diciembre de 2008

Un billete a ninguna parte, por favor

Si fuera escritor, escribiría. Escribiría hasta que me sangraran las manos. Hasta que los ojos se me hincharan. Hasta que mis dedos no pudieran expulsar más palabras. Me pasaría el día pegado al teclado, encerrado en casa, creando lo que no puedo vivir. Si fuera escritor…
Si algún dios me dotara con ese don, lo utilizaría hasta gastarlo. Y el mundo sería un lugar mejor para vivir. Si mis palabras llegaran a la gente, removerían conciencias, destruirían imperios y alentarían revoluciones. Matarían dictadores y parirían héroes. Si yo fuera escritor…
Escribiría cuentos para amansar fieras, libros en braille para ciegos y audio libros para sordos. Seduciría a vírgenes con mi verbo, conquistaría a reinas de la belleza, les haría el amor con mis palabras. Las follaría con tristes ripios aficionados.
Si pudiera, engañaría a tontos con palabras biensonantes, a listos con palabras medidas, y a mí mismo con palabras ajenas. Si pudiera..
Si pudiera escribir, escribiría. Si pudiera follar, follaría. Y si tuviera huevos, haría la revolución. Pero soy un perdedor que ficha cada mañana a las ocho. Un desterrado de esas cotas de grandeza. Un nowhere man. Y mañana me levantaré a las seis y media y no escribiré.
Y esta noche, no pienso rezar. ¡Que le den por culo a Dios! Buenas noches mundo.

Cuarta práctica de Composcición literaria

Era domingo y, como cada domingo desde hacía más de veinticinco años, el profesor Alfonso Carrasco madrugó, se puso un traje recién planchado y se dirigió al convento de San Agustín para la misa de seis. Tras la celebración, pasó por la cafetería del Círculo de Bellas Artes, se tomó un café solo y leyó el periódico. Siguió así su rutina semanal y encontró en la sección de anuncios del diario uno que le llamó la atención: "Calzados Luis (del parque del Cerillero de Gijón). Precisan contactar con la señora que compró a su marido unos zapatos del 41 (en color blanco), el 17 de marzo con motivo del Día del Padre. Por asunto de vida o muerte." El profesor leyó el anuncio sin darle mucha importancia. Cuando terminó el café, dejó el periódico en la barra y continuó con su quehacer dominical.
Jimena se levantó al oír la puerta del jardín cerrarse. Bajó a la cocina y disfrutó del silencio de la casa aún a oscuras. Después de un rato inmóvil frente a la chimenea sin encender, preparó café y se sentó en su mecedora al lado de la ventana que daba a la calle mayor. El repartidor llegó puntual a las siete y media. Jimena abrió el diario por la sección de noticias locales. Tardó apenas unos minutos, en golpearse con el anuncio que su marido estaba leyendo en aquel mismo momento. Cerró torpemente el periódico, y se fue al salón a esperar la llegada del profesor.
Aquel mismo domingo Luis se levantó a las seis de la mañana. Después de toda una vida madrugando, era imposible que aquel revisor de tren retirado permaneciera más tiempo en la cama. Desayunó, se afeitó y, cuando dieron las siete y cuarto, bajó a comprar el periódico. De vuelta a casa, lo abrió directamente por la página del anuncio, y no pudo contener las lágrimas al descubrir que, por fin, había sido publicado. Fue corriendo a la habitación y sacó de la cómoda una foto, donde se veía una joven pareja en blanco y negro, posando en una rosaleda. Dio la vuelta a la imagen y leyó la dedicatoria, casi borrada, en la que solo se distinguía la firma: Jimena.
Al día siguiente, Alfonso fue a la ciudad para arreglar algunos asuntos, y se dirigió, con cierta curiosidad, a la zapatería. Entró y preguntó al encargado acerca del texto que había aparecido en el rotativo del día anterior. El trabajador no sabía nada del anuncio, así que el profesor salió de la tienda sin darle mayor importancia y siguió su camino. Luis continuaba esperando en un banco, en la acera de enfrente. Permaneció allí inmóvil hasta que, por fin, cuando las tiendas ya habían cerrado y él estaba a punto de volver a su apartamento, Jimena se paró frente al escaparate de la zapatería. Con el corazón acelerado y las piernas temblorosas, cruzó la calle y se acercó a la mujer. Esta vio el reflejo del hombre acercándose y se giró nerviosa, sabiendo a quién pertenecía aquella figura. Sus ojos se cruzaron y se miraron en silencio. ¡Qué alegría volver a verte, Jimena! , dijo Luis, al cabo de un minuto, y se fue andando calle abajo.

Tercera práctica de Composición literaria

1) Sin pies ni cabeza
Es un ensayo que se vale de la ironía para criticar el comportamiento de las personas, la obra más perfecta de una creación que Dios “debió hacer un día de resaca”.

2) De mi puño y letra
Es una novela psicológica que cuenta la historia de un novelista analógico, que sigue escribiendo su obra con su vieja pluma Parker, condenado en una era digital.

3) Con pelos y señales
Es una antología poética.

4) Visto lo visto
Esta novela derrotista cuenta la historia de un joven en busca de un sentido, que acaba renegando del género humano.

5) He vivido a pedir de boca
Ser el nieto de un dictador fascista es, a veces, suficiente para poder vivir sin preocupaciones.

6) Les dejo con mucho gusto
En esta obra de teatro, se cuenta como Donald Rumsfeld como pasó de ser el “halcón” de George W. Bush a ser un público seguidor de Barack Obama.

7) Sin trampa ni cartón
“S. XX cambalache, problemático y febril.” Usando el famoso tango como hilo conductor, la obra ofrece una visión particular de un siglo extraño y revuelto. Carlos es un actor porno retirado que reflexiona sobre el significado de su obra en un país que negaba su existencia
.
8) Aquí ya no pinto nada
Es una historia sobre el paso de tiempo y la pérdida del lugar del que creías nunca te echarían.

9) Tengo que salir pitando
Es una novela policiaca en la que se cuenta la historia del asesinato de una familia en un pueblo de la España rural de posguerra.

Segunda práctica de Composición literaria

Cuando la policía encontró a Ángela abrazada al cuerpo ensangrentado y casi sin vida de Pablo, a quien acababa de apuñalar, y le preguntó por qué lo había hecho, Ángela contestó: “cosas nuestras”. Acariciaba el cuerpo casi inerte de su víctima con ternura, enredando los dedos en su pelo mientras le susurraba al oído su siniestra letanía. “Todo pasó, ya no tienes que preocuparte por nada”, trataba de consolar a su paciente mientras le mecía. Poco pudo hacer el equipo del Samur, cuando llegó al lugar: veinte incisiones profundas, realizadas por un bisturí sin mucho oficio, recorrían su cara y su pecho, seccionando la carótida derecha y desfigurando el rostro. La doctora Jiménez se había abalanzado sobre su víctima, mientras ésta yacía sobre el diván, había concluido finalmente el Inspector Jefe, tras analizar la escena. Un acto rápido y súbito, pero no irreflexivo. No había nada improvisado en aquella muerte. El despacho conservaba aún aquel inquietante orden, donde ningún elemento se había siquiera movido de su sitio. Excepto, claro está, el funesto diván que se había movido algunos centímetros dejando algunas marcas en el parquet. El cadáver había sido ya retirado, resultando un extraño plano fijo donde faltaba el elemento que daba sentido al conjunto. Un sofá de cuero negro manchado donde se intuía una figura humana, un charco de sangre en el suelo sin bordes netos y una pregunta por formular. ¿Qué había llevado a aquella reconocida psiquiatra a asesinar a un paciente durante una sesión? Esa era la pregunta que planeaba sobre todas las cabezas, pensantes o no, de aquella sala. Pero ninguno de los allí presentes estaba dispuesto a malgastar una sola neurona en aquella cuestión. Hacerse esa pregunta no les llevaría a ningún sitio y, paradójicamente, un psiquiatra forense les daría la respuesta en unos días. Ángela pasaría el resto de su vida bajo el influjo de los neurolépticos, paseando y haciendo gimnasia en un patio arbolado. Nadie se preocuparía por saber por qué. Por qué no pudo seguir sentada en su silla escuchando a su ya familiar paciente. Por qué las palabras de aquel “nowhere man” le dinamitaron el alma. Qué puerta se había estado abriendo en las últimas semanas. Cómo se dejó llevar por su paciente por aquellos rincones de la mente, llegando a aquel punto de no retorno.
Finalmente, descubrió que tenía que matar a Pablo para poder seguir.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Primera práctica de Composición Literaria

1. ¿Qué crees tú que haría un leñador en el desierto del Sahara?
Lo primero que haría un leñador en tal circunstancia sería fundar una asociación como minoría oprimida que es. Se llamaría Asociación de Leñadores Saharianos y, por supuesto, tendría complejo organigrama. En realidad, ese no sería su nombre: sería algo como Asociación de Leñadores y Trabajadores de la Madera Procedentes o Residentes en los Pueblos Saharianos, del Desierto del Gobi y de Los Monegros. Constaría de presidente, vicepresidente, secretario, tesorero y varios vocales a pesar de que tener un único socio, el socio fundador. Una vez establecido el correcto orden jerárquico se pasaría a la siguiente fase: pedir subvenciones para actividades culturales o no. Como cualquier agrupación sin razón de ser, recibiría todo tipo de ayudas de todo tipo de estamentos públicos y privados que le permitiría pensar en empezar a realizar sus primeros gastos. Como es de ley, estos gastos estarían destinados a comprar el material necesario para llevar a cabo su labor. En ese momento, estaría preparado para llevar a cabo la misión para la que Dios creó las asociaciones de leñadores del desierto: acabar con todos los malditos oasis que rompen la armonía del paisaje.

2. ¿Cuál sería tu reacción si una mañana, estando solo/a en casa, llaman a la puerta y te encuentras con un cocodrilo que te ofrece educadamente un detergente?
Pensaría que es una campaña comercial agresiva para reavivar las ventas de jabón Lagarto

3. ¿Dónde crees que estará el agua con la que te has lavado esta mañana?
Se, a ciencia cierta, que está todavía en el lavabo. Las tuberías de mi baño están atascadas.

4. ¿De qué color son los aminoguanos o guanaminos? ¿Por qué? ¿Crees que tienen experiencia previa?
Los aminoguanos o guanaminos son seres vivos aún no incluidos en ninguno de los reinos en los que ahora se dividen los organismos con vida. Son criaturas que no pueden ser percibidas por los sentidos, sino con la mente a través de los sueños

5. ¿Qué crees tú que piensan los sapos de las ranas?
Los sapos viven en un estado de explotación sexual voluntaria por parte de las ranas. Suena un poco extraño, pero es la pura verdad. Las ranas son animales genéticamente preparados para recibir unas prestaciones sexuales sin igual en todo el reino animal. Sin embargo, los sapos no poseen esta cualidad de forma congénita y son muy pocos los que la adquieren con el paso del tiempo. De esta forma, las ranas se convierten en animales con gran tendencia a la insatisfacción sexual. Pero no se suelen conformar con esto y buscan su plenitud sexual de cualquier forma. Y la consiguen.

6. ¿Qué receta inventaría par que un perro ladrase? -¡ojo! es mudo-

La receta para conseguir que un perro ladre es la misma que para conseguir cualquier cosa en la vida: mala ostia e inteligencia, en abundancia y a partes iguales. De esta forma, mi perro se las apañaría para intimidar o convencer a otro animal para que ladrase por él.

7. ¿Cuál sería te reacción si encontrases a la abuelita devorando al lobo?
Iría corriendo a casa, abriría el baúl de mi habitación, sacaría la Kalashnikov que me regaló mi abuelo en su lecho de muerte y saldría con ella a la calle. La revolución habría llegado y sería el momento de acabar con el orden establecido.

8. ¿Cómo te las arreglarías si la tierra fuese plana?
No me importaría nada si la tierra fuera plana. A mí solo me afectaría si un día, andando despistado como ando por el mundo, llegara a borde de esta tierra y me cayera al vacío desconocido. Aunque si supiera que la tierra es plana, quizá saltar a ese infinito porque lo que encuentre en él no puede ser mucho peor que lo que hay en este finito.

9. ¿Te impresionaría el ver avanzar lentamente sobre nosotros la muralla china?
Si, pero sólo hasta cierto punto. Pensaría que es la maniobra de control de la nueva gran superpotencia. Extender sus fronteras de forma literal, con muro incluido.

10. ¿Cómo reaccionarías si comprobases que, efectivamente, ese elefante en celo que acabas de ver en el zoológico te persigue con intenciones deshonestas?
Si tal elefante me persiguiera con tales intenciones, llevaría a cabo la mejor estrategia para satisfacer a un solitario paquidermo criado en cautividad. Lo primero que haría sería diseñar una muñeca “chochona” elefantiásica. Una vez solventado este primer y más laborioso obstáculo, todo sería ya fácil. Tendría que buscar algún contacto en alguna fábrica de plásticos para manufacturar mi obra. A partir de aquí, sobran las explicaciones. El espectáculo estaría garantizado.

11. Trabajas en una empresa de calzado y te encomiendan vender una remesa de zapatos a los bosquimanos (que jamás han usado tal tipo de prenda). ¿Cómo los convencerías?
Sería muy fácil. Simplemente, tendría que ponerme yo mismo los zapatos. El efecto sería inmediato. Todos los bosquimanos querrían comprar un par pensando, erróneamente, que les iba a quedar tan bien como a mí.