Voy conduciendo mi utilitario por una carretera comarcal. Es estrecha y está llena de curvas y baches sin arreglar. Pero, es bonita. Campos de trigo bajo la luz crepuscular. Llanuras bélicas y páramos de asceta. Y un coche naranja que cada vez está más cerca de mi retrovisor. Es un niño con el pelo desteñido a los mandos de su Seat León tuning. En el asiento del copiloto, una Jenny rural se retoca el maquillaje con el espejo del parasol. ¡Qué pareja más bonita! No se dirigen la palabra en todo el trayecto. Les gusta disfrutar del amor en silencio. Además el disco Ibiza 08 que llevan puesto a todo volumen haría de la conversación una misión imposible. Al llegar a la curva más cerrada y con menos visibilidad, el Carlos Sainz oligofrénico decide adelantarme. Me cago en su madre, se caga en la mía y seguimos nuestros caminos tan a gusto. Es la ley de la carretera. Al poco tiempo aparece una furgoneta de una empresa de albañilería. Construcciones Joaquín e Hijos. ¡No hay nada más lindo que la familia unida! Debe ser el propio Joaquín el que conduce. Poco tarda en pegar su bigote y su palillo a mi retrovisor. Pero este hombre es un profesional y se nota. Pegarse a mi culo y empezar a gesticular es todo uno. ¡Pobrecito! El pequeño empresario va siempre tan justo de tiempo. Es que el gobierno no vela por sus intereses. También me adelanta donde solo un autentico conductor lo haría: en doble línea continua. En ese tramo con velocidad limitada a ochenta kilómetros por hora, me pasan también un camionero gordo y su faria, un agricultor en su Mercedes cortesía de la Política Agraria Común, un cortejo fúnebre y un largo etcétera de criaturas autóctonas.
Por fin llego al pueblo cuando está empezando a ocultarse el tímido sol de la primavera soriana. Paro delante de la entrada de mi casa para abrir la puerta del jardín. Apenas he puesto un pie en el suelo, cuando oigo abrirse la puerta de la casa de al lado. Es el señor Paco, nuestro vecino de toda la vida, que tiene un sexto sentido para adivinar la llegada de la gente. O simplemente se aburre mucho y está todo el día mirando a ver qué pasa. ¿Qué tal chaval?, grita sin todavía asomarse al umbral de la puerta. ¡Cuánto tiempo sin venir al pueblo!, ¿qué tal la familia?, ¿y la parienta?, ¿dónde me dijiste estabas?, mi hijo está en Alcalá, ¿vienes para pasar el puente?, mis nietos vienen mañana, esto de la crisis me está matando, ¿no te parece una vergüenza?, ¿te he contado ya ocho veces lo del tío Segurita?… Para cuando me quiero dar cuenta, he metido el equipaje en casa, he abierto las ventanas, he encendido el frigorífico, me he hecho la cama, he arreglado una gotera de las lluvias de abril y me he preparado algo cenar. Además ya se que el Rufino ha tenido un infarto, que la hija del carnicero es una golfa, que el alcalde tiene un lío en la capital y que el hijo de la Inesita es algo “rarito”. Que no lo digo yo, ¿eh? Que lo dice todo el mundo. Y ya sabes, cuando el río suena…Bueno, señor Paco, ¡a cuidarse! Y bésame a la señora. No hay como sentirse parte del pueblo.
Por fin decido aviarme y marchar a la plaza a tomarme algo. Me siento en un “velador”. Voy a pedir un gin-tonic, pero decido no llamar la atención y le pido un afilador al joven, simpático y limpio camarero. Disfruto de la quemazón que me produce el primer sorbo del orujo mientras analizo a la gente que, poco a poco, va llenando la plaza. ¡Y encima me ha puesto unas olivitas! Ahora podré contribuir a este intento de plantación de olivos y girasoles que los lugareños están haciendo en mitad del pueblo. ¡Pero qué bonita han dejado la plaza!
¡Qué estampa más familiar! Un joven matrimonio se acerca con su hijito durmiendo plácidamente en el cochecito. En el fondo, me compadezco de ellos. ¡Pobres pueblerinos que están condenados a este aire incorrupto! Suerte que deciden meterse en el bar, para que el lactante descubra lo que se pierde al no vivir en una urbe. Ruido, humo y olor a comida insana. Poco tarda el angelito en empezar a llorar. Y menos aún tarda la madre en empezar a jurar mientras agita del cochecito con desdén y disfruta de un Lucky a medias con su hijo. Pero la señora no está sola en su desgracia. A escasos metros otra sufrida madre amenaza a su hijo con una zurribanda si no se está quieto. ¡Jodido niño que quiere salir a la calle a jugar! ¡Qué se habrá pensado! En mis tiempos…
Da igual el interior del bar, lo que está pasando fuera es más interesante. ¡Un auténtico duelo! Parece que estoy en Almería. A un lado de la plaza, hay un grupo de octogenarias sentadas en un banco. Al otro, una pandilla de adolescentes cruza la calle. Ellas les miran y comentan. Ellos se sienten observados y rehúyen el contacto visual. Ellas se mueren de envidia. Ellos aceleran el paso porque llevan pastillas en el bolsillo. Al final, ellas se levantan para irse a casa y ellos se van a la discoteca del pueblo de al lado. ¡Pero qué bien que se vive en el pueblo!
¡En fin! Está empezando a refrescar. Creo que voy a recogerme. Pago lo que debo y me voy a casa. A ver si me encuentro al señor Paco y le cuento lo que he visto en la plaza.
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