miércoles, 10 de diciembre de 2008
Mi estudiante de medicina
Patético. Si tuviera que describirle con una sola palabra, elegiría patético. Verle estudiar es todo un experimento de sociología. Un esperpento. Cuando me compró y me separó de mis compañeros de tienda, parecía una persona que se iba a comer el mundo, a mí incluido. Me escribía con autoridad, precisión y, incluso, cierto desprecio hacía mí y hacía lo que hacía. Además daba a todo lo que hacía un aire de madurez y profundidad inusitado en este tipo de persona. Me guardaba al lado de libros que leía sin entender. Pero pronto cayó esa fachada y abandonó su personaje por su persona. Neurótico, obsesivo, pringao, feo… En resumen, patético. Su escritura rápida y segura se convirtió en un subrayado minucioso y risible. Cambió su postura erguida y un andar tranquilo por un movimiento de pierna desquiciante digno de una petarda cualquiera. Lee y relee mis páginas. Abre los ojos, los cierra, repite en voz alta, repite en voz baja, se levanta, se sienta, grita y hasta llora. Ese es realmente él. Taciturno, inestable, empollón, llorica, pedante, imbécil. Y, sobretodo, patético.
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