A los liquidadores de Chernobyl,
Víctimas y, sobretodo, héroes.
Víctimas y, sobretodo, héroes.
Chernobyl, 17 de septiembre de 1986. En el tejado del cuarto reactor de la central nuclear, un grupo de soldados limpia los residuos radiactivos. Están ataviados con trajes de plástico verde con láminas de plomo engarzadas artesanalmente. Recogen con palas piezas de metal incandescente y lo arrojan al interior del reactor que será posteriormente sellado. Andan distraídos. Quizá ignoran el destino al que les han condenado los líderes de su venerada URSS. O quizá lo conocen, pero también saben que esa es la única forma de darle una oportunidad al continente. Sobre un bloque de hormigón, improvisado puente de mando, un funcionario dirige la operación. A su lado, Don Julián critica a los operarios. Con su mono azul, su gorra de John Dere y un palillo entre los dientes, no para de gritar y de escupir. ¡Cojones! ¡Que os estáis dejando la mitad! El encargado intenta no hacerle caso, pero el peón de obra jubilado se hace notar a base de golpecitos con el codo y groseros comentarios sobre la virilidad de los trabajadores. Mira y remira el trabajo. Vocifera a los albañiles y susurra al capataz. Aquellos fingen no oírle y este afirma mecánicamente. Don Julián tose sonoramente. La nube radiactiva le molesta, pero ahí sigue, al pie del cañón. Se tropieza varias veces al andar por el tejado lleno de escombros contaminados. Pero no se puede ir porque sin él, la obra no avanzaría. Después de amenazar varias veces con coger una pala y hacerlo él mismo, mira su reloj y decide marcharse. Son las dos y su señora le espera con la mesa puesta.
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